El helado manto de la muerte, amigo mío,
reposa sobre tus hombros
y te envuelve en sus brocados,
hoy ya príncipe destronado,
de una extraña intemporalidad.
Lo que entre nosotros fue tibia llama
en el alegre despertar de un nuevo día
ya no es cierto, no lo es.
Esos grises, pardos montes y agrias sierras
que nuestras feraces risas hacían florecer
ya no son sino tierra estéril, muerta, campo yermo,
que mis lágrimas (mi corazón y mi alma)
riegan sin esperanza de una nueva cosecha.
Lo que entre nosotros fue tibia llama
en el alegre despertar de un nuevo día
ya no es cierto, no lo es.
Una rosa se marchita, la flor de tu juventud.
Y en tu mirada sincera, aun de niño,
comprendes lo incomprensible,
aceptas lo inevitable,
te entregas a tu destino,
me esperas allí por siempre.
¿Por qué tú?
¿Por qué otros?
¿Por qué así?
Un destino traidor, un puñal por la espalda.
En Tres Cantos, 10 de febrero de 2007
miércoles, 17 de octubre de 2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario