jueves, 30 de agosto de 2007

El paisaje como un bien cultural y la necesidad de aprovechar de manera inteligente y sostenible los recursos naturales

Fruto de la necesidad de sobrevivir en un entorno hostil, así como del espíritu inquisitivo y de continua búsqueda de lo novedoso frente a las restricciones a las que el entorno natural ha sometido a la especie humana durante los miles de años que ésta lleva existiendo como tal sobre la faz de la Tierra, se han producido enormes y drásticas transformaciones de los paisajes en tanto que estos han sido aprovechados como fuente de recursos, ya sea en forma de caza, para recolectar frutos, como entorno donde desarrollar actividades agro-pastorales, etc., o como lugar de residencia estable que es necesario acomodar a una serie de modelos estructurales en forma de núcleos urbanos más o menos desarrollados. Ésta fuerte dependencia del entorno y la alta capacidad de perturbar, de manera controlada o no, los sistemas naturales nos permiten considerar sin lugar a dudas a la especie humana como una especie ingeniera absolutamente determinante y decisiva de la estructura del paisaje y de la trama de funciones subyacente a él.

Es, probablemente, esa misma dependencia, auspiciada, a su vez, bajo un manto de misterio y de impredecibilidad que deriva de los geosistemas naturales o seminaturales no sometidos a un control excesivo y tecnocrátrico, lo que ha determinado que a lo largo de la historia de la Humanidad una inmensa variedad de artistas, en sentido amplio, de manera que podríamos englobar juntos en esta misma categoría a pintores, escritores, poetas, naturalistas, etc., hayan sentido una enorme atracción por la naturaleza y hayan tratado de plasmar el entorno natural que les rodeaba en forma de cuadros, dibujos, poesías, relatos de paisajes y costumbristas, etc. De esta forma, podemos afirmar que habitualmente el concepto de paisaje ha estado ligado al mundo del arte, de nuevo entendido en sentido amplio, y a nuestra capacidad de percibir el mundo, en una escala espacio-temporal humana, a través de la vista como principal sentido. En este sentido, puede consultarse el diccionario de la Real Academia Española que, en las tres acepciones que recoge, da cabida a lo expuesto anteriormente. Así la valoración que se ha hecho tradicionalmente de un paisaje ha estado ligada no sólo a la funcionalidad de éste, o lo que es lo mismo, a su capacidad para generar bienes y servicios en función de la demanda social, sino que también ha estado influida por un sentimiento profundo, negativo o positivo, estos últimos en ocasiones de magnitud casi mística, asociado a una percepción puramente estética.

En el ámbito estrictamente académico de la Ecología del Paisaje, una disciplina ecológica que en España ha sido desarrollada por González Bernáldez, entre otros, el paisaje queda definido como la percepción plurisensorial de un sistema de relaciones ecológicas. De esta manera, el fenosistema, o porción del sistema accesible directamente a través de los sentidos, es la clave que nos permite interpretar cómo se organiza el criptosistema, la trama de procesos, de relaciones, que se establecen entre los distintos elementos, bióticos y abióticos, que forman parte de un determinado ecosistema o geosistema.

Como ya se ha señalado previamente, a lo largo de su periplo evolutivo, en el contexto de un proceso de hominización primero y de humanización después, el hombre ha dependido, y depende en la actualidad sin lugar a dudas, de la disponibilidad de recursos energéticos y estructurales para hacer frente a sus necesidades fisiológicas más básicas, así como del empleo de materias primas que le permitan solucionar de manera exitosa los diferentes problemas que le surgen de manera casi continua en relación con las constricciones asociadas a factores tales como la variabilidad climática, etc. Por esta razón, ha sido extremadamente importante para su supervivencia la interpretación correcta del paisaje, de manera que a través de signos claros y visibles, empleando caracteres bióticos o abióticos fáciles de identificar como indicadores, pueda, sin demasiado esfuerzo, inferir la actuación de determinados procesos que son los que dan pistas acerca del funcionamiento del ecosistema. Esta interpretación funcional, por tanto, ha sido de gran importancia para el hombre en tanto le ha permitido aprovechar de manera eficiente e inteligente los recursos naturales que están a su disposición. Además, esta forma de aprovechamiento integrada con el entorno ha sido determinante para conformar el tipo de paisaje que vemos actualmente en nuestros campos peninsulares y en otras tantas partes del mundo, como nuestras dehesas mediterráneas, las estepas cerealistas, etc.

En la actualidad, el modelo de desarrollo capitalista que impregna el espíritu de las sociedades occidentales supuestamente avanzadas está generando una enorme cantidad de desequilibrios ecológicos en tanto que no se tienen en cuenta conceptos de gran importancia en ecología como son la capacidad de carga, resiliencia o tasa de renovación. Es, por tanto, el tipo de vida consumista basado en la sobre-explotación de los recursos y, por qué no decirlo, de una gran cantidad de pueblos en países empobrecidos (a costa de los que nos enriquecemos) el que ha determinado que en los albores del siglo XXI la Humanidad deba enfrentarse a uno de los mayores retos a lo que jamás ha tenido que hacer frente, el cambio global.

Este cambio global se asocia a una ingente pérdida de diversidad derivada de la destrucción del territorio en pos del afán urbanístico en latitudes como las nuestras o, en el tercer mundo, debido a una explotación intensiva y criminal de recursos de la biosfera que tiene como finalidad saciar la sed de bienes materiales del primer mundo. Aquellas consecuencias que deriven, algunas de las cuales ya podemos observarlas, del cambio climático tendrán una gran influencia negativa sobre los ecosistemas y sobre nosotros mismos. Se prevé que el cambio climático actúe de manera sinérgica junto con la destrucción del territorio potenciando la extinción de especies y por tanto la pérdida de biodiversidad. Por otra parte, se considera que la tercera causa de pérdida de biodiversidad a escala global y, por tanto, de alteración de los ecosistemas naturales será la deposición de N atmosférico reactivo oxidado y reducido derivado de las actividades humanas, tanto en forma de partículas sólidas como gaseosas.

Diversos autores han propuesto un escenario de cambio global en el que las herbáceas anuales serían favorecidas frente a especies vegetales con otro tipo de estrategias adaptativas gracias a su potencial evolutivo, y a su capacidad para dispersarse y colonizar ambientes perturbados. De nuevo, este escenario futuro prevé intensas transformaciones en el paisaje como resultado de la actividad antrópica, de manera que ecosistemas altamente diversos como los mediterráneos, fruto de una explotación inteligente de los recursos por parte del hombre, tendrán, en un futuro más o menos próximo, fuertemente comprometida su capacidad de mantenerse en el tiempo iguales a sí mismos, no sólo en cuanto a la estructura, sino también en cuanto a la diversidad de procesos que, al fin y a la postre, son los que determinan los patrones observables.

Todas estas profundas alteraciones de los ecosistemas, paisajes y, al fin, del sistema global, en el que las partes constituyentes no son independientes unas de otras, sino que están interconectadas entre sí como si de los órganos y aparatos de un organismo vivo se tratase, ponen de relieve la necesidad de que una sociedad clasista como la nuestra tome conciencia plena de lo que realmente sucede con su entorno, en vez de observar el devenir de los acontecimientos bajo el efecto sedante de las miles de voces interesadas que pretenden que no seamos capaces, como colectivo, de tomar las riendas de nuestras vidas, en tanto que parten de la premisa de que un hombre libre, con un pasado histórico al que recurrir, unas tradiciones y, en definitiva, unas raíces, es infinitamente más difícil de explotar que aquel otro que vive alienado por el ritmo de vida frenético impuesto por los ideales burgueses de una sociedad capitalista y económicamente liberal. Este supuesto liberalismo, absolutamente controlado por las grandes multinacionales, constructoras, etc. a través de los mass media y disfrazado de valores democráticos y de auto-determinación del individuo, esconde, desgraciadamente, un terrible engaño al que diariamente y con consentimiento cedemos. Este engaño no es otro que el de canjear nuestro espíritu, aquello que ha sido, es y será importante para la Humanidad, lo que nos hace personas, por un puñado de bienes materiales, de unas míseras monedas de plata. Si dejamos que unos cuantos se apoderen de lo que debía ser por derecho un bien común y de uso comunal como nuestros paisajes, estaremos vendiendo nuestro alma al diablo y, lo que es peor, estaremos hipotecando a intereses altísimos el futuro de nuestros hijos, que fruto de la desidia y la codicia humana, ya se encuentra en entre dicho.

miércoles, 29 de agosto de 2007

Naúfrago de ti

Suelto amarras, voy sin ti,
hoy de nuevo parto sin tu amor.
Un mar bravo, negro, frío frente a mí
se abraza contra el cielo, en comunión.

Ojos tristes y llorosos. Voy sediento,
sin tus labios para darme de beber.
Clama como bestia, aullando, el viento,
y como si fuera un lamento
llora lluvia con aspecto de mujer.

Hay tormenta, lucho en vano, he perdido.
No encuentro mi sitio en el mundo
y no es el mundo al que aspiro,
así mientras muero suspiro,
casi alegre. Moribundo.

Tres Cantos, 2006

lunes, 27 de agosto de 2007

Re: Julián

Hola usuarios de tamaño blog, ante vuestros interesantísimos comentarios me he animado a poner algo mío también. Terrorismo... Como todo, si lo sopesamos objetivamente tiene su importancia y no se la quita el aludir a los numerosos síntomas de apocalipsis que muestra el sistema en que vivimos. Es importante que exista una organización fundada para asesinar inocentes en pro de la independencia de un cacho de tierra de la península ibérica, y que lleven ya unos mil muertos y varias décadas. Es importante porque vulnera salvajemente los derechos humanos más elementales, y porque los debates territoriales de la historia reciente de nuestro país hacen que lo sea. Por eso creo que se merece una atención mediática. Atención, no exceso de atención con tintes demagógicos, como evidentemente se ve demasiado a menudo. Podría ponerme a enlazar el asunto del terrorismo con todo el síndrome de degeneración apocalíptica que muestra nuestro sistema, pero... ¿no es eso perder de vista el asunto principal de este post?

(Off topic: esta mañana he visto un documental sobre la guerra de las Galias, y me he planteado hasta qué punto puede ser humanamente perfecta una sociedad sostenible. Luego he pensado que los babilonios, hace milenios, aseguraban que la civilización estaba en decadencia fulminante por culpa de la inconsciente juventud. Después me he acordado de vosotros dos y se me ha ocurrido que la sociedad no está diseñada para gente muy inteligente. Lo queramos o no, está hecha a la medida de la mayoría, que, por la definición de inteligencia media, tiene... una inteligencia media.)

Julián

viernes, 24 de agosto de 2007

Respuesta al comentario de Bárbara

Desde luego, se puede decir más alto pero no más claro. Estoy absolutamente de acuerdo contigo, casi punto por punto, y mi discurso coincide habitualmente con el planteamiento que has hecho acerca de la sociedad actual. No hay duda de que vivimos alienados bajo los efectos narcóticos de la televisión, de los medios de comunicación en general. Medios que, desgraciadamente, están manipulados por gente sin escrúpulos y con intereses muy claros. A saber, obtener el mayor beneficio económico personal sin que nadie se desmande, se salga de regazo calentito que supone la majada social en que vivimos.

Como tú bien dices, es sorprendente ver cómo la sociedad española valora el terrorismo como uno de sus principales problemas. No digo que carezca de importancia, pero es rastrero que un grupo de demagogos sin escrúpulos se estén aprovechando del principal arma y más efectiva que existe en las sociedades occidentalizadas, el miedo, para desviar la atención de temas realmente importantes como la destrucción del medio ambiente, el agotamiento de los recursos, la contaminación de las diversas esferas de las que depende la vida, incluida la nuestra, e incluso de aspectos quizá más evidentes para el ciudadano de a pie y sin formación académica específica como la violencia de género o los accidentes de tráfico y laborales.

De lo que no hay duda es de que vivimos en una sociedad enferma, improductiva y sin valores que se precipita casi sin remedio al primitivismo social y mágico precisamente por su fe ciega en algo tan racional y cognoscible como son la ciencia o la civilización. Me inquieta sobre manera, pero no por eso tenemos que volver la vista hacia otra parte asumiendo inconscientemente que ojos que no ven corazón que no siente. La caída de la civilización occidental está cerca por principios puramente físicos como son los energéticos y bien conocidos en el mundo de la ecología como la capacidad de carga de los ecosistemas. De nosotros depende que sea suave, pensada y estudiada o que sea estrepitosa e incontrolable. De lo que no hay duda es de que, desgraciadamente, nos tocará verlo. Y sino, tiempo al tiempo.

Respuesta a "Terrorismo": Bárbara

Estoy de acuerdo contigo, pero yo iría más allá. El terrorismo en este país no es sólo, como analizas, consecuencia de este cáncer social... desde el punto de vista de los que lo ejercen. Es también producto de la política-economía en la que vivimos. Interesa que exista ETA, es un arma arrojadiza estupenda, es un vehículo para entretener a las masas, para dominarlas y engañarlas. ¿Qué sería ciertos políticos si no exitiera el nacionalismo vasco? ¿o el catalán? es un vector de dominación, de atontamiento y manipulación. En este país mueren más mujeres a manos de sus parejas, más obreros en el trabajo y más personas en la carretera que gente a manos del terorismo...¿cómo nos atrevemos a decir que la mayor preocupación de los españoles es el terrorismo? Interesa, y de momento no nos preocupamos de la mala gestión de nuestros propios recursos, en la cantidad de gente que tiene problemas respiratorios en las grandes ciudades, muy probablemente debido a la cantidad de contaminantes que inhalamos todos los días, en la cantidad de afecciones cardiacas que produce vivir en una sociedad estresada y competitiva, y así podría seguir con una larga lista.

El problema es que nos hemos acostumbrado a no pensar, eso cansa,y además puede que no nos guste. Los españoles nos hemos subido al carro de los países desarollados, donde todo va bien. Todos con nuestra casa, nuestro coche, y nuestro dinero para ir a tomar unas cervezas, sin preocuparnos de más nada. Sin darnos cuenta que vivimos así porque dos tercios del planeta no lo hacen. Pero nos consideramos solidarios por pertenecer a una ONG que lleva comida al tercer mundo o por apadrinar un niño.

Y no pensamos..., nos tragamos lo que nos cuentan en televisión, así es más cómodo. Pero ¿quién decide lo que se cuenta en la "caja tonta"? ¿son acaso personas altamente cualificadas para opinar y decidir? En este tema poseo la priviligiada opinión de quien trabaja dentro (mis padres). Mis padres, que ya pasados los 50, son personas con experiencia, que han vivido la dictadura, y la transición y la democrecia trabajando en el periodismo... que han tenido que informar de muchas guerras, debates de la nación o cambios de tendencias. Personas que, al fin y al cabo, saben más o menos discernir entre información vaga e información importante, ya no interesan. Sus jefes son recién licenciados, que no han cubierto nunca hechos relevantes, pero muy manipulables por la gente de arriba... Y estoy hablando de televisiones públicas. ¿quién decide si se dan 5 noticias de ETA? ¿o si es mejor centrarse en la guerra de Irak? Esa gente de arriba, a través de sus marionetas. Marionetas que, evidentemente, están sumidas en esta gran rueda: casa, coche, dinero... fama... pero sin pensar a qué precio...

¿Terrorismo? Miedo es lo que me produce a dónde puede conducirnos todo este sinsentido, miedo de no saber cuál será el precio a pagar, ese es para mí el verdadero terrorismo... y mientras, seguimos aquí... sin poder hacer más que poner nuestro granito de arena, poco a poco y silenciosamente.

Bárbara

Terrorismo

Es extraña la sensación que uno tiene cuando desayuna con noticias como la de hoy que, sin llegar a ser espeluznante por su alcance, si es en extremo preocupante por lo que representa. El último atentado de la banda terrorista ETA en la comandancia de la guardia civil en Durango era algo que estaba cantado, tenían que actuar, tenían que demostrar a la sociedad española que, aunque debilitada por los últimos golpes de efecto propinados por las fuerzas de seguridad del Estado, aun tienen capacidad para sembrar el terror, ese terror al que, desgraciadamente, nos vamos acostumbrando a marchas forzadas. Al terror de los terroristas vascos, al terror de los integristas islámicos, al terror de las mafias que operan en nuestro país e, incluso, al terrorismo de Estado que supone la política de guerras preventivas puesta en marcha por la administración Bush, la campaña de rearme ruso bajo el gobierno de Vladimir Putin o el plan de desarrollo nuclear de Ahmadineyad en Irán.

Cómo decía, una sensación extraña. Cada día sentimos cómo el mundo se nos viene encima, no tenemos la certeza de que vaya a haber un mañana y, si lo hay, no sabemos muy bien cómo será. La sociedad actual está convulsionando y yace convaleciente sin saber exactamente el futuro que le espera. Vivimos abrumados por los avances de la técnica y sin embargo nos hallamos en muchos aspectos en la prehistoria moral; estamos volviendo a la barbarie. Quizá una barbarie que se oculta tras la sonrisa de un presentador insulso de un programa de televisión anodino o tras el discurso demagógico del político de turno, un político que ha perdido el contacto con la realidad del día a día, que se deja llevar por los vaivenes, por las idas y venidas, del sistema financiero, y que, por norma general, y esto es lo más grave, se arrima al sol que más calienta.

Esta misma barbarie que destilan los medios de comunicación habituales y las clases dirigentes, se percibe en la calle. Vestidos, ropajes aparatosos y esperpénticos que inundan las tiendas de ropa y centros comerciales bajo el pretexto de la moda. Artículos de lujo, inutilidades, que nos incitan de manera sutil, casi imperceptible, a cumplir con nuestra principal obligación social; a saber, consumir, consumir y consumir. Porque, no nos engañemos, esa es la principal ocupación del hombre medio, del hombre-masa, del siglo XXI.

Es interesante constatar la transformación de las diferentes economías humanas a lo largo de la historia, que es ese conjunto de hechos, situaciones, circunstancias espacio-temporales, que han hecho de nosotros todo aquello que somos y que no debemos olvidar bajo ningún concepto bajo pena de cometer los mismos estúpidos errores pretéritos. Que la humanidad en su conjunto le esté dando la espalda a su pasado es síntoma de infantilización, en definitiva, de la estupidez suprema y prepotente del niño mimado. Es interesante, como decía, observar el transito desde la economía cazadora-recolectora paleolítica, la agricultora-pastora, que era la dominante hasta la revolución industrial y la revolución verde y que, gracias al desarrollo de la técnica y a sistemas de explotación intensivos ha sido sustituida por una agricultura industrializada cuya función es alimentar, de manera desigual, eso sí, a un creciente número de personas. Paralela a este último tipo de economía capitalista ha surgido un nuevo hombre, un nuevo primitivo en palabras de Ortega y Gasset, que se mueve a su antojo por la selva de hierro, cemento y asfalto que son las ciudades y que toma, empleando como instrumento de cambio el dinero, todo aquello que se le antoja. Sería lo que yo llamo el consumidor-improductivo del siglo XXI, un ser indolente, lelo, que trata de llenar el vacío vital que le provoca la seguridad en los bienes de primera necesidad y del discurso político demagógico con bienes materiales. Es en esa falta de principios morales sólidos, de auto-determinación y de espíritu crítico y creativo donde atacan las grandes multinacionales y gracias a ello los grandes lobbies se enriquecen a costa del ser humano medio.

Y mientras tanto, las bombas nos distraen y nos hacen aferrarnos a un sistema socio-político carcomido, en vez de pensar que quizá el terrorismo no es otra cosa que un síntoma de enfermedad grave de las sociedades del siglo XXI. No hay que acabar con los terroristas hasta que no quede uno vivo sobre la faz de la Tierra, ellos son hijos de su tiempo y, como tales, no han elegido las circunstancias que les han llevado a tomar el camino incorrecto. Acabemos con la fuente de radiación, con el elemento cancerígeno que dispara el crecimiento incontrolado de focos integristas y sólo así evitaremos que la metástasis del cáncer social se extienda cada vez más sobre este planeta humano y globalizado, a fin de cuentas, loco.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Diosa Fortuna

Con un mp3 ya ligeramente anticuado espero, sentado en el andén de la estación, medio adormilado por el ritmo de la música que me acompaña, la llegada del tren. No corre ni una brizna de aire y el calor es asfixiante, lo que contribuye a potenciar el sopor que se apodera, lento pero tenaz, de todo mi cuerpo, de mí, de mi mente. Un creciente silbido, como venido de la nada, me llega hasta los oídos entremezclándose con la deliciosa melodía de un adagio en no sé que sinfonía del demonio para advertirme de que por fin ha llegado mi hora, la hora de marchar. Un escalofrío recorre todo mi cuerpo, me estremece y me agita, como si quisiera prevenirme de algo. Poco a poco me voy desperezando y, a la par que estiro mis brazos sobre la cabeza a la manera de un contorsionista y muestro mis marfíleas piezas bucales a la concurrencia, el tren hace su entrada en la estación. El velo suave, sedoso y agradable de indolencia que Morfeo había colocado delicadamente mientras dormía sobre la indigencia de mi cerebro se va desvaneciendo gradualmente, dejando al descubierto las heridas que ajan mi neocorteza. Heridas invisibles, a veces no conscientes y, mucho menos, verbalizadas, pero profundas. Leves pinchazos, un martilleo incesante de insatisfacción en un mundo ajustado, engranado a la manera de un reloj, en el que sólo aquellos que se adaptan, que se dejan llevar por la corriente que fluye, rápida y agitada, tienen alguna oportunidad de sobrevivir. Solamente aquellos que deciden tomar voluntariamente el tren del progreso, de "su" progreso, el de otros, están a salvo de la rapiña voraz, del cainismo feroz de sus propios hermanos de sangre, de su estirpe, de su rebaño o manada. Manada... sí, manada. Pero no una cualquiera. Una jauría de lobos, de lobos amaestrados, de lobos con el corazón de paño. De lobos asustados que noche tras noche, semana tras semana, año tras año, vuelven de forma inconsciente a la majada, al regazo calentito, tibio, del mundo que los creó. Y es ese mismo tren al que hoy, quizá voluntariamente, espero. Al tren de la opresión disfrazada de sonrisa, de la tiranía disfrazada de opulencia, de la muerte del individuo disfrazada de alegría colectiva. Ese mismo tren al que irremediablemente subo, al que hombres-no hombres, armados con fusiles y adornados con un aire de falsa amabilidad, me invitan a no dejar pasar de ninguna de las maneras. "Por su bien, - me dicen- , no abandone usted la marcha". Por mi bien... Sí, por mi bien, por el suyo, por el de todos... ¿por el de unos cuantos?

Una idea, un relampagueo clarificador, una luz casi divina me ilumina la escena y me la muestra en toda su crueldad. Al tiempo que las puertas del tren empiezan a cerrarse y un agudo pitido me tortura los oídos, veo, quizá demasiado tarde, todo lo que me rodea ahora una vez dentro del lujoso vagón. Caras demacradas, desfiguradas por el paso del tiempo. Rostros marcados, ojos tristes, cuencas vacías que miran sin mirar, bocas muertas, llenas de gusanos, que dicen sin decir. El horror, lo dantesco de la escena, me impulsa a hacer un último esfuerzo en tratar de alcanzar las puertas, que ya sólo dejan entrever ligeramente lo que se extiende más allá, al otro lado, ese mismo sitio del que provengo y al que ahora, retenido violentamente por aquellos que antes me dirigían amables palabras, no puedo volver. Me golpean en la cabeza con la culata del fúsil y siento que ese mismo velo de seda que pocos minutos antes había protegido mi intelecto del mundo exterior vuelve a hacer su aparición y se posa, esta vez pesadamente, sobre mí. Un velo de seda y de acero, suave, delicado e infranqueable al mismo tiempo. Un velo no, un muro.

Tras minutos de delirio vuelvo a tomar conciencia de quién soy, de dónde me encuentro. Aguzo la vista y leo, aterrorizado, el cartel que está extendido frente a mi atónita mirada: "ciegos, mudos, sordos". Tal es el nombre del vagón del que no puedo escapar. Trato de entablar conversación con algunas de las personas, si así puede llamárseles, que me rodean. Todos giran la cabeza, todos vuelven sus opacas miradas hacia otro lado, al infinito. Nadie me oye. Puedo ver como todos tienen las orejas cortadas y cauterizadas. Nadie siente, nadie padece. Ni siquiera una niña con un teléfono móvil en la mano se percata de que un negro cuervo se está alimentando de sus ojazos, azules como el cielo, ya, tan pronto, privados de la oportunidad de contemplar, de vislumbrar siquiera, un atardecer de fuego o un resurgir de la vida en el bullir incesante de la alborada en la foresta. Bocas babeantes destilan olores azufrados mientras que un presentador alto y guapo, bien vestido y debidamente aseado, enseña, a través del querido, venerado, televisor, la realidad-irreal de un mundo que ha dejado de existir. Playas paradisíacas, bosques húmedos repletos de vida, vergeles, auténticos paraísos cobran una nueva forma, la de la virtualidad, a través de la pantalla extraplana del dios de los hombres. Imágenes creadas por ordenador o extraídas con cuentagotas de archivos visuales clasificados ocultos en lo más profundo de las entrañas de la tierra, a salvo de posibles amenazas contra el orden socialmente establecido, contrastan con el paisaje yermo que avanza con paso firme a través de las ventanillas del tren. No hay cortinas, nada que impida mirar, pero nadie mira. Es mejor no hacerlo, ¿están preparados? ¿Alguna vez estuvimos preparados para mirar a través de las ventanillas del tren de nuestras vidas, para tomar conciencia de aquello que ocurre fuera del expreso del progreso en que tan absolutamente inmersos nos encontramos? Y si acaso hubo alguna vez, si existió en verdad un genio, un visionario que pudo contemplar horrorizado, y aun así con esperanza, el final inevitable al que nos conduce nuestro modelo de vida tan capitalista, tan injusto, ese modelo de vida basado en las diferencias abismales entre los ricos muy ricos y los pobres muy pobres, entre el padre asistencialista y el hijo venido a menos bajo el yugo de la falsa caridad, si alguna vez existió, digo, quizá se encuentre ahora junto a mí, condenado a morir estigmatizado y desprestigiado por una jerarquía que, válgame el cielo, sólo busca apagar, por nuestro bien, esa pequeña y tímida llamita verde que prende en nuestros corazones nada más nacer bajo la excusa de protegernos de nosotros mismos y de que podamos disfrutar, siempre dentro de lo establecido, de una vida carente de cualquier tipo de preocupación. Así es, de una vida sin vida.

Diosa Fortuna, a veces piadosa con nosotros, simples mortales, las más crudelísima, tú que me has brindado la oportunidad, si así puede llamarse, de vivir, de soñar, de respirar en un mundo cambiante, en un mundo de hombres cosificados y de individuos objeto, enséñame, aunque sólo sea por un instante, una fracción de segundo antes del temido día del juicio final, quién soy, quiénes somos nosotros, esa especie terrible, los hombres, y muéstrame la senda liberadora que conduce a la salvación del espíritu frente al destino inexorable casi, terrible, al que irresponsablemente nos entregamos bajo la promesa irreal de los que portan en sus impecables manos el cetro del poder y la justicia.

Tres Cantos, 12 de mayo de 2007

martes, 21 de agosto de 2007

Altomira

Verdes campos ornados de cebada
y adornados de rojo en primavera;
pardos montes, agria sierra que es majada
del rebaño de tu alma: Javalera*.

Amarillo girasol es el sembrado
de tu pecho estival; un gris olivo
retorcido, solo, yerto y olvidado
se levanta contra el cielo azul, altivo.

Sombra de olor a lavanda y tomillo
de un rebaño de aliagas que sestea
bajo Apolo vestido de amarillo.

Altomira de quejigos y de oteros,
atalaya de caminos que serpean,
y se pierden, por el páramo pechero.

*Escribo Javalera en honor a la grafía original.

Jabalera, 17 de agosto de 2007

Altas cumbres de mi vida

Altas cumbres de mi vida,
blancos neveros de nieve
¿No sopla el viento, no llueve?
¿No es la hora de la huida?

Madrid, 21 de agosto de 2007