jueves, 30 de agosto de 2007

El paisaje como un bien cultural y la necesidad de aprovechar de manera inteligente y sostenible los recursos naturales

Fruto de la necesidad de sobrevivir en un entorno hostil, así como del espíritu inquisitivo y de continua búsqueda de lo novedoso frente a las restricciones a las que el entorno natural ha sometido a la especie humana durante los miles de años que ésta lleva existiendo como tal sobre la faz de la Tierra, se han producido enormes y drásticas transformaciones de los paisajes en tanto que estos han sido aprovechados como fuente de recursos, ya sea en forma de caza, para recolectar frutos, como entorno donde desarrollar actividades agro-pastorales, etc., o como lugar de residencia estable que es necesario acomodar a una serie de modelos estructurales en forma de núcleos urbanos más o menos desarrollados. Ésta fuerte dependencia del entorno y la alta capacidad de perturbar, de manera controlada o no, los sistemas naturales nos permiten considerar sin lugar a dudas a la especie humana como una especie ingeniera absolutamente determinante y decisiva de la estructura del paisaje y de la trama de funciones subyacente a él.

Es, probablemente, esa misma dependencia, auspiciada, a su vez, bajo un manto de misterio y de impredecibilidad que deriva de los geosistemas naturales o seminaturales no sometidos a un control excesivo y tecnocrátrico, lo que ha determinado que a lo largo de la historia de la Humanidad una inmensa variedad de artistas, en sentido amplio, de manera que podríamos englobar juntos en esta misma categoría a pintores, escritores, poetas, naturalistas, etc., hayan sentido una enorme atracción por la naturaleza y hayan tratado de plasmar el entorno natural que les rodeaba en forma de cuadros, dibujos, poesías, relatos de paisajes y costumbristas, etc. De esta forma, podemos afirmar que habitualmente el concepto de paisaje ha estado ligado al mundo del arte, de nuevo entendido en sentido amplio, y a nuestra capacidad de percibir el mundo, en una escala espacio-temporal humana, a través de la vista como principal sentido. En este sentido, puede consultarse el diccionario de la Real Academia Española que, en las tres acepciones que recoge, da cabida a lo expuesto anteriormente. Así la valoración que se ha hecho tradicionalmente de un paisaje ha estado ligada no sólo a la funcionalidad de éste, o lo que es lo mismo, a su capacidad para generar bienes y servicios en función de la demanda social, sino que también ha estado influida por un sentimiento profundo, negativo o positivo, estos últimos en ocasiones de magnitud casi mística, asociado a una percepción puramente estética.

En el ámbito estrictamente académico de la Ecología del Paisaje, una disciplina ecológica que en España ha sido desarrollada por González Bernáldez, entre otros, el paisaje queda definido como la percepción plurisensorial de un sistema de relaciones ecológicas. De esta manera, el fenosistema, o porción del sistema accesible directamente a través de los sentidos, es la clave que nos permite interpretar cómo se organiza el criptosistema, la trama de procesos, de relaciones, que se establecen entre los distintos elementos, bióticos y abióticos, que forman parte de un determinado ecosistema o geosistema.

Como ya se ha señalado previamente, a lo largo de su periplo evolutivo, en el contexto de un proceso de hominización primero y de humanización después, el hombre ha dependido, y depende en la actualidad sin lugar a dudas, de la disponibilidad de recursos energéticos y estructurales para hacer frente a sus necesidades fisiológicas más básicas, así como del empleo de materias primas que le permitan solucionar de manera exitosa los diferentes problemas que le surgen de manera casi continua en relación con las constricciones asociadas a factores tales como la variabilidad climática, etc. Por esta razón, ha sido extremadamente importante para su supervivencia la interpretación correcta del paisaje, de manera que a través de signos claros y visibles, empleando caracteres bióticos o abióticos fáciles de identificar como indicadores, pueda, sin demasiado esfuerzo, inferir la actuación de determinados procesos que son los que dan pistas acerca del funcionamiento del ecosistema. Esta interpretación funcional, por tanto, ha sido de gran importancia para el hombre en tanto le ha permitido aprovechar de manera eficiente e inteligente los recursos naturales que están a su disposición. Además, esta forma de aprovechamiento integrada con el entorno ha sido determinante para conformar el tipo de paisaje que vemos actualmente en nuestros campos peninsulares y en otras tantas partes del mundo, como nuestras dehesas mediterráneas, las estepas cerealistas, etc.

En la actualidad, el modelo de desarrollo capitalista que impregna el espíritu de las sociedades occidentales supuestamente avanzadas está generando una enorme cantidad de desequilibrios ecológicos en tanto que no se tienen en cuenta conceptos de gran importancia en ecología como son la capacidad de carga, resiliencia o tasa de renovación. Es, por tanto, el tipo de vida consumista basado en la sobre-explotación de los recursos y, por qué no decirlo, de una gran cantidad de pueblos en países empobrecidos (a costa de los que nos enriquecemos) el que ha determinado que en los albores del siglo XXI la Humanidad deba enfrentarse a uno de los mayores retos a lo que jamás ha tenido que hacer frente, el cambio global.

Este cambio global se asocia a una ingente pérdida de diversidad derivada de la destrucción del territorio en pos del afán urbanístico en latitudes como las nuestras o, en el tercer mundo, debido a una explotación intensiva y criminal de recursos de la biosfera que tiene como finalidad saciar la sed de bienes materiales del primer mundo. Aquellas consecuencias que deriven, algunas de las cuales ya podemos observarlas, del cambio climático tendrán una gran influencia negativa sobre los ecosistemas y sobre nosotros mismos. Se prevé que el cambio climático actúe de manera sinérgica junto con la destrucción del territorio potenciando la extinción de especies y por tanto la pérdida de biodiversidad. Por otra parte, se considera que la tercera causa de pérdida de biodiversidad a escala global y, por tanto, de alteración de los ecosistemas naturales será la deposición de N atmosférico reactivo oxidado y reducido derivado de las actividades humanas, tanto en forma de partículas sólidas como gaseosas.

Diversos autores han propuesto un escenario de cambio global en el que las herbáceas anuales serían favorecidas frente a especies vegetales con otro tipo de estrategias adaptativas gracias a su potencial evolutivo, y a su capacidad para dispersarse y colonizar ambientes perturbados. De nuevo, este escenario futuro prevé intensas transformaciones en el paisaje como resultado de la actividad antrópica, de manera que ecosistemas altamente diversos como los mediterráneos, fruto de una explotación inteligente de los recursos por parte del hombre, tendrán, en un futuro más o menos próximo, fuertemente comprometida su capacidad de mantenerse en el tiempo iguales a sí mismos, no sólo en cuanto a la estructura, sino también en cuanto a la diversidad de procesos que, al fin y a la postre, son los que determinan los patrones observables.

Todas estas profundas alteraciones de los ecosistemas, paisajes y, al fin, del sistema global, en el que las partes constituyentes no son independientes unas de otras, sino que están interconectadas entre sí como si de los órganos y aparatos de un organismo vivo se tratase, ponen de relieve la necesidad de que una sociedad clasista como la nuestra tome conciencia plena de lo que realmente sucede con su entorno, en vez de observar el devenir de los acontecimientos bajo el efecto sedante de las miles de voces interesadas que pretenden que no seamos capaces, como colectivo, de tomar las riendas de nuestras vidas, en tanto que parten de la premisa de que un hombre libre, con un pasado histórico al que recurrir, unas tradiciones y, en definitiva, unas raíces, es infinitamente más difícil de explotar que aquel otro que vive alienado por el ritmo de vida frenético impuesto por los ideales burgueses de una sociedad capitalista y económicamente liberal. Este supuesto liberalismo, absolutamente controlado por las grandes multinacionales, constructoras, etc. a través de los mass media y disfrazado de valores democráticos y de auto-determinación del individuo, esconde, desgraciadamente, un terrible engaño al que diariamente y con consentimiento cedemos. Este engaño no es otro que el de canjear nuestro espíritu, aquello que ha sido, es y será importante para la Humanidad, lo que nos hace personas, por un puñado de bienes materiales, de unas míseras monedas de plata. Si dejamos que unos cuantos se apoderen de lo que debía ser por derecho un bien común y de uso comunal como nuestros paisajes, estaremos vendiendo nuestro alma al diablo y, lo que es peor, estaremos hipotecando a intereses altísimos el futuro de nuestros hijos, que fruto de la desidia y la codicia humana, ya se encuentra en entre dicho.

2 comentarios:

Bárbara Ríos dijo...

Creo que el mayor problema al que se enfrenta el propio paisaje, es indudablemente la ignorancia humana. Ignorancia obviamente mal utilizada por el común denominador de la población para no valorar correctamente lo que el término paisaje realmente supone, y al mismo tiempo aprovechada por la avaricia de unos pocos para hacer sobre él, lo que se les antoje.

El paisaje es un término amplio, no bien definido o con demasiadas acepciones, según se mire. Es algo que "está ahí". Y que según la mayoría, siempre "ha estado" y siempre "estará".

Son dos problemas por tanto a los que hacer frente. El primero dar a conocer, a una sociedad que en general prefiere no saber, qué es el paisaje, con todos sus elementos sus interacciones y su importancia. El segundo sería mostrar al mundo que no siempre "ha estado" y se seguir así no siempre "estará" tal y como lo conocemos.

Me explico, enseñar una serie de aspectos teóricos al mismo tiempo que abrir los ojos a una población que se empeña en mantenerlos cerrados. Pero, ¿qué se espera de una sociedad donde la presidenta española de campos de golf alega que estos atentados contra el pasaje son ecológicos porque ella visto que "vienen los patos"?

Es triste, efectivamente, que como sociedad no nos demos cuenta de lo que estamos perdiendo cuando ya está prácticamente perdido.

Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver, y ante eso, estamos perdidos.

Anónimo dijo...

He aquí mis propias movidas sobre el paisaje como ecosistema:

Vivo en una zona rural tan antropizada que es imposible no tener en cuenta el paisaje como escenario de las andanzas humanas. Es una región de pequeños propietarios, sobre todo. Todos los agricultores que conozco son conscientes de que "el campo hay que cuidarlo" entre todos y de que el paisaje cambia con el tiempo (lo han visto cambiar desde pequeños) dependiendo de lo que uno haga con él. Comprenden lo que es mejor para mantener el patrimonio natural (sacar poca agua de los pozos, respetar la vegetación de las lindes, no arar los caminos, no utilizar biocidas...), pero casi ninguno lo hace porque quieren sacarle más dinero al campo. Al igual que los grandes propietarios, al igual que ya hicieron las primeras sociedades agrarias en Mesopotamia, en realidad lo que hacen es sacrificar patrimonio en aras de la codicia. Pero además de una codicia ruin (hay mucha gente que ara un camino o una linde para poner diez o quince cepas más) que saben que les traerá pan para hoy y hambre para mañana. Eso les da igual. Por eso, Bárbara, más que educar para que la gente sepa cómo comportarse con el paisaje (que ya lo saben la mayoría), yo me plantearía qué hay que hacer para que la gente tome conciencia de que no da lo mismo actuar de cualquier manera. Es decir, yo veo de fondo un problema ético: la mayoría de la gente que esquilma recursos naturales lo hace teniendo plena consciencia de que están actuando mal. Se excusan a menudo recurriendo a dos cosas: que hay que vivir (y les falta decir: a costa del futuro) y que da lo mismo, que un grano de arena no hace una montaña (y les falta decir: me entreno para tener cada día más anestesiada mi conciencia ciudadana).