viernes, 24 de agosto de 2007

Terrorismo

Es extraña la sensación que uno tiene cuando desayuna con noticias como la de hoy que, sin llegar a ser espeluznante por su alcance, si es en extremo preocupante por lo que representa. El último atentado de la banda terrorista ETA en la comandancia de la guardia civil en Durango era algo que estaba cantado, tenían que actuar, tenían que demostrar a la sociedad española que, aunque debilitada por los últimos golpes de efecto propinados por las fuerzas de seguridad del Estado, aun tienen capacidad para sembrar el terror, ese terror al que, desgraciadamente, nos vamos acostumbrando a marchas forzadas. Al terror de los terroristas vascos, al terror de los integristas islámicos, al terror de las mafias que operan en nuestro país e, incluso, al terrorismo de Estado que supone la política de guerras preventivas puesta en marcha por la administración Bush, la campaña de rearme ruso bajo el gobierno de Vladimir Putin o el plan de desarrollo nuclear de Ahmadineyad en Irán.

Cómo decía, una sensación extraña. Cada día sentimos cómo el mundo se nos viene encima, no tenemos la certeza de que vaya a haber un mañana y, si lo hay, no sabemos muy bien cómo será. La sociedad actual está convulsionando y yace convaleciente sin saber exactamente el futuro que le espera. Vivimos abrumados por los avances de la técnica y sin embargo nos hallamos en muchos aspectos en la prehistoria moral; estamos volviendo a la barbarie. Quizá una barbarie que se oculta tras la sonrisa de un presentador insulso de un programa de televisión anodino o tras el discurso demagógico del político de turno, un político que ha perdido el contacto con la realidad del día a día, que se deja llevar por los vaivenes, por las idas y venidas, del sistema financiero, y que, por norma general, y esto es lo más grave, se arrima al sol que más calienta.

Esta misma barbarie que destilan los medios de comunicación habituales y las clases dirigentes, se percibe en la calle. Vestidos, ropajes aparatosos y esperpénticos que inundan las tiendas de ropa y centros comerciales bajo el pretexto de la moda. Artículos de lujo, inutilidades, que nos incitan de manera sutil, casi imperceptible, a cumplir con nuestra principal obligación social; a saber, consumir, consumir y consumir. Porque, no nos engañemos, esa es la principal ocupación del hombre medio, del hombre-masa, del siglo XXI.

Es interesante constatar la transformación de las diferentes economías humanas a lo largo de la historia, que es ese conjunto de hechos, situaciones, circunstancias espacio-temporales, que han hecho de nosotros todo aquello que somos y que no debemos olvidar bajo ningún concepto bajo pena de cometer los mismos estúpidos errores pretéritos. Que la humanidad en su conjunto le esté dando la espalda a su pasado es síntoma de infantilización, en definitiva, de la estupidez suprema y prepotente del niño mimado. Es interesante, como decía, observar el transito desde la economía cazadora-recolectora paleolítica, la agricultora-pastora, que era la dominante hasta la revolución industrial y la revolución verde y que, gracias al desarrollo de la técnica y a sistemas de explotación intensivos ha sido sustituida por una agricultura industrializada cuya función es alimentar, de manera desigual, eso sí, a un creciente número de personas. Paralela a este último tipo de economía capitalista ha surgido un nuevo hombre, un nuevo primitivo en palabras de Ortega y Gasset, que se mueve a su antojo por la selva de hierro, cemento y asfalto que son las ciudades y que toma, empleando como instrumento de cambio el dinero, todo aquello que se le antoja. Sería lo que yo llamo el consumidor-improductivo del siglo XXI, un ser indolente, lelo, que trata de llenar el vacío vital que le provoca la seguridad en los bienes de primera necesidad y del discurso político demagógico con bienes materiales. Es en esa falta de principios morales sólidos, de auto-determinación y de espíritu crítico y creativo donde atacan las grandes multinacionales y gracias a ello los grandes lobbies se enriquecen a costa del ser humano medio.

Y mientras tanto, las bombas nos distraen y nos hacen aferrarnos a un sistema socio-político carcomido, en vez de pensar que quizá el terrorismo no es otra cosa que un síntoma de enfermedad grave de las sociedades del siglo XXI. No hay que acabar con los terroristas hasta que no quede uno vivo sobre la faz de la Tierra, ellos son hijos de su tiempo y, como tales, no han elegido las circunstancias que les han llevado a tomar el camino incorrecto. Acabemos con la fuente de radiación, con el elemento cancerígeno que dispara el crecimiento incontrolado de focos integristas y sólo así evitaremos que la metástasis del cáncer social se extienda cada vez más sobre este planeta humano y globalizado, a fin de cuentas, loco.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Raúl,

Estoy de acuerdo contigo, pero yo iría más allá. El terrorismo en este país no es sólo, como analizas, consecuencia de este cáncer social... desde el punto de vista de los que lo ejercen. Es también producto de la política-economía en la que vivimos. Interesa que exista ETA, es un arma arrojadiza estupenda, es un vehículo para entretener a las masas, para dominarlas y engañarlas. ¿Qué sería ciertos políticos si no exitiera el nacionalismo vasco? ¿o el catalán? es un vector de dominación, de atontamiento y manipulación. En este país mueren más mujeres a manos de sus parejas, más obreros en el trabajo y más personas en la carretera que gente a manos del terorismo...¿cómo nos atrevemos a decir que la mayor preocupación de los españoles es el terrorismo? Interesa, y de momento no nos preocupamos de la mala gestión de nuestros propios recursos, en la cantidad de gente que tiene problemas respiratorios en las grandes ciudades, muy probablemente debido a la cantidad de contaminantes que inhalamos todos los días, en la cantidad de afecciones cardiacas que produce vivir en una sociedad estresada y competitiva, y así podría seguir con una larga lista.

El problema es que nos hemos acostumbrado a no pensar, eso cansa,y además puede que no nos guste. Los españoles nos hemos subido al carro de los países desarollados, donde todo va bien. Todos con nuestra casa, nuestro coche, y nuestro dinero para ir a tomar unas cervezas, sin preocuparnos de más nada. Sin darnos cuenta que vivimos así porque dos tercios del planeta no lo hacen. Pero nos consideramos solidarios por pertenecer a una ONG que lleva comida al tercer mundo o por apadrinar un niño.

Y no pensamos..., nos tragamos lo que nos cuentan en televisión, así es más cómodo. Pero ¿quién decide lo que se cuenta en la "caja tonta"? ¿son acaso personas altamente cualificadas para opinar y decidir? En este tema poseo la priviligiada opinión de quien trabaja dentro (mis padres). Mis padres, que ya pasados los 50, son personas con experiencia, que han vivido la dictadura, y la transición y la democrecia trabajando en el periodismo... que han tenido que informar de muchas guerras, debates de la nación o cambios de tendencias. Personas que, al fin y al cabo, saben más o menos discernir entre información vaga e información importante, ya no interesan. Sus jefes son recién licenciados, que no han cubierto nunca hechos relevantes, pero muy manipulables por la gente de arriba... Y estoy hablando de televisiones públicas. ¿quién decide si se dan 5 noticias de ETA? ¿o si es mejor centrarse en la guerra de Irak? Esa gente de arriba, a través de sus marionetas. Marionetas que, evidentemente, están sumidas en esta gran rueda: casa, coche, dinero... fama... pero sin pensar a qué precio...

¿Terrorismo? Miedo es lo que me produce a dónde puede conducirnos todo este sinsentido, miedo de no saber cuál será el precio a pagar, ese es para mí el verdadero terrorismo... y mientras, seguimos aquí... sin poder hacer más que poner nuestro granito de arena, poco a poco y silenciosamente.