martes, 1 de enero de 2008

Madre Tierra

Madre Tierra ante ti me encojo, aletargado, entregado al entendimiento
de lo oculto en el olvido, ahogándome por dentro, entumecido.
Perdida toda esperanza, ya no espero alcanzarte, ni entenderte,
pues has de saber que es mi tiempo finito.

Bien sabes tú que si supiera cómo te daría todo lo que tengo, todo,
por comprender mi destino, por saber que mi mente es libre de pensarse.
Ciego voy por tus caminos, arrastrándome; las manos llagadas, el semblante
triste, y brillantes lágrimas en los ojos.

Mas desistir hoy es palabra non grata en mis oídos, y mi corazón arde
pues espera que tú vengas al fin a mí, Gran Saber de nuestro Mundo.
Así es que si vuelves muéstrate tal como eres y dime qué escondes;
responde: ¿aun seguimos siendo hombres?
Siento cómo de reojo, sin descaro,
diriges hacia mí tus negras perlas;
yo, con nervioso y tímido reparo,
preparo mi coraje para verlas.

Por fin me giro, lento y acobardado,
la boca seca. Por mi cuerpo fluyen
ríos de amor; así que ya liberado
de temor, extasiado, mi alma bulle.

Ahora hablan nuestros gestos de ternura,
ademanes de amor de gran destreza.
Y así, ya unidos en nuestra locura,
el alma triste me curas, princesa.

El otoño

En otoño caen las hojas;
de naranjas y amarillos
se viste el bosque y, ya tristes,
regresan los pajarillos
a la lumbre meridiana,
donde el sol con su aureo brillo,
la luna con luz de plata,
las estrellas, los chiquillos,
se visten y se engalanan
y salen a recibirlos.

Entre cerros y quebradas

Entre cerros, quebradas, voy cercado;
riscos, peñas, me cierran el camino,
no hay escape. Mientras, trepo espantado
por salvarme de un lóbrego destino.

Las uñas se me rompen, y laceran
mis manos granitos inexpugnables,
bastiones de roca que donde quiera
que mire se yerguen imperturbables.

La vida se presenta antojadiza
y la duda se muestra en cada esquina
haciéndome perder la compostura.

La gracia de Fortuna me es huidiza
y el eco de mi voz se difumina
mientras caigo hacia el vacío, a la negrura.

Soneto

Claras fuentes de agua limpia cristalina
son tus ojos. Dos luceros, maravillas
de este mundo tenebroso que iluminan
las sombras. Dos lucernas que en ti brillan.

Manantiales son de un verdadero amor,
sincero. El mismo amor te profeso
yo, mi vida. ¿Puede haber algo mejor
que adorarte, mirarte con embeleso?

A lo largo de mi vida nunca he visto
cosa alguna que te alcance o que te iguale
en destrezas, en gracias o hermosura.

Creéme pues si te digo que yo existo
por ti y para ti. Así que nada me vale
más que poder amarte con locura.